Una linda historia...
Fue una bella mañana del día martes de noviembre, el sol entraba por mi ventana y me decía que era hora de apurarse porque si no llegaría tarde a mi escuela a laboral. Al ver el reloj, inicie las carreras del tiempo y en el auto por llevar puntualmente a mi centro de trabajo.
Cómo cada mañana hacia un recorrido por toda la ciudad para llegar a la escuela, un tráfico horrible, claxon, hombres y mujeres peleando por llegar primero en su auto. En fin, siempre era un sufrir en pensar subir a mi auto y recorrer la larga distancia a mi centro escolar.
Cuando llegaba a la escuela siempre en la puerta, por coincidencia del reloj o porque así el destino me lo ponía. Me topaba con Santiago. Un niño de seis años alumno de primer grado grupo A. Un niño que al verme se sonreí y corría para abrazarme y solicitarme mi bolsa para ayudarme a llevármela a mi salón. Siempre era la misma situación, abrazarme, darme la mano, quitarme mi botella de agua y la bolsa de mis útiles escolares. Correr a mi salón y dejarme en mi escritorio.
Cuando llegaba al salón, Santiago ya estaba con las láminas “de aprender a mirar”, ya había seleccionado una y la observaba continuamente. (Este chiquito tenía problemas de lenguaje y se le dificultaba hablar bien). Le gustaba iniciar el día con una lámina y de ahí comentar lo que observaba.
Sabía que los días martes iniciaba con ese material didáctico, cuestionando a los niños sobre lo que observaban. Continuaba contando historias de diferentes personajes históricos, leyendas, cuentos, dando mi clase de conocimiento del medio.
Siempre Santiago seleccionaba la lamina, me costaba mucho trabajo cambiarla porque él partía de su interés personal y de su estado anímico. Gracias a él muchos alumnos lograron desarrollar su interés a la observación, tomé ese interés de Santiago y del grupo para de ahí partir en mi planeación y enfocarme a la historia.